jueves

pulsión de vida

(1) en mi pecho habitan todas las nociones
de entre siete y once taquicardias al mes
hoy siento hasta el transcurso ventrilocual
de mi sangre
expandiéndose rinconcito
              a
              rinconcito
              y mi cara ardiendo
              color granada


(2) permito el (con)tacto; sincronizo las manos
electrizadas y poderosas: enajenadas
(re)activo sentidos dormidos
              (auto) censurados
                    abro voluntariamente un río
un río
un río dérmico


(3) me estremezco
lloro (desbórdame con facilidad) 
actúo como si todo me fuera nuevo
permito el tacto
tomo la iniciativa
              deseo


(4) entrelazo órganos y latidos y los voy tejiendo
sincronizo
guardo silencio
en mi mente fluyen
hilos y puntadas
                            hilos y puntadas
repito el acto
sonrío
abandono

domingo

porque escribo

(1) escribo
porque olvido, por la desmesurada memoria
la demencia la prefiera prosaica
el ritmo me consuela
(me consuelo en el tempo)
monitoreo tranquilamente mis espinas dorsales
y adoro mi cajita de empatía
y voy a cursos
que me enseñan a mezclar
cada uno de sus botones.

(2) programo sagradamente
mis penas a las veintitrés con treinta
y procuro 
no quererlas tanto
                   (aunque se graben en los huesitos)
y yo las contemplo
y las escribo
y me duermo.

(3) sin querer, despierto
con las mejillas ardiendo
hablando cuatro idiomas
                   (todos los hablo mal)
entonces
no me encuentro sino escribiendo
sobre estalactitas y estalagmitas
sobre los dones 
sobre nuestras siestas
y sobre mí.

remar

me duele pensar tanto. me la paso soñando frases en mantra. despierto anhelando recordarlas. anotarlas. (re)pensarlas. me muevo y refriego mis piernas en la cama para evadir el frío, pero solo logro taquicardia. a veces, cuando me concentro, comienzo a emanar calor. me toma más o menos diez minutos cronológicos. si estoy sola en la casa voy por mis sombras limeñas de colores fuertes y vuelvo a mis manos poderosas. me emociono con facilidad. si me rozan los hombros (hombros que dejo deliberadamente descubiertos para el tacto), me estremezco: un rayo azul me atraviesa toda la espalda. tengo tanto que escribir todavía —y tanto miedo— pero solo me reduzco a dormir de día. tal parece que hay un par de sinapsis que no estoy logrando. tampoco me doy cuenta del todo. tampoco lo quiero. es difícil verse a sí mismo. saberse intensa también es un acto valiente (y quebrarse luego de sentir reciprocidad, de la manía de conectarse con la otredad). estoy en el periodo de la cosecha. en el constante recopilatorio: procuro hablar menos. todo lo que leo me vuela la cabeza. me defino desbordada. me describo frágilmente (pisando huevos, pidiendo permiso). ando con un cartel absurdo en la frente. soy testaruda y no pido ayuda. no logro auto-sostenerme. nadie logra autosostenerse. nos da miedo hablar sobre la muerte. sobre sentarla en las rodillas, sobre acariciarla. nos da miedo sentir más que el otro. nos aterra el rechazo. no dimensionamos sobre nuestro impacto. no tratamos a la palabra con la seriedad de su posible asimilación. pensamos mucho. actuamos al compás de nuestro ánimo. no creemos en las vacas sagradas, ni las alabamos por la mera tradición. creamos nuestros propios santuarios de paz imaginarios. usamos el tiempo anacrónicamente y no nos guiamos por la hora local. mandamos mensajes en horarios atrevidos sin una cuota de remordimiento. anhelamos el amor que no somos capaces de exigir. nos entregamos rápido. confiamos aún sin nunca antes haber tocado otras manos. nos bajoneamos a la velocidad de la luz, y es esa misma velocidad la que nos devuelve el calorcito al cuerpo. rayamos nuestra piel. estamos llenos de puras cicatrices. las arrastramos desde nuestros abuelos. las borramos con sesiones de láser compradas en línea. hacemos y deshacemos. nos tocamos con suavidad. acumulamos objetos. luego vendemos esos objetos y los reemplazamos por otros. nos retratamos entre amigos para no olvidar. casi todo lo gastamos en comer, pero sin alimentarnos. inventamos historias de personas que no conocemos. lloramos caleta. sí, lloramos caleta. me da lo mismo que me vean. invento idiomas. los hablo sola. escribo poesía en clave. me ofrezco a descifrar las pistas ajenas (me intrigan, todavía, las metáforas). si nos cancelamos, no nos pedimos explicaciones: entendemos la tristeza. no nos da pánico lo que dirán. creamos a partir de nada. no nos vienen con cuentos. caminamos de noche. comemos solos. podemos estar mucho tiempo en silencio. confiamos en la telepatía amistosa. nos refugiamos en el otro como si el mundo fuera a acabarse y ese fuera el único chance. nos referimos a la belleza. vemos belleza en todos los gestos. besamos los surcos. estamos carcomidos por el hambre. no queremos más violencia. rogamos que se acabe. respetamos los oficios. podríamos aprender el triple de lo que sabemos si tuviésemos el tiempo. o las ganas. estamos dispuestos a enseñarnos. nos acompañamos. le hacemos al otro una lista de cualidades (y nos hacemos una lista de defectos). somos duros con nosotros. nos perdonamos poco o nada. siempre queremos más pero no sabemos ‘qué es más’. habitan en nuestro cuerpo todas las enfermedades. externalizamos todo el odio. decimos que queremos morir pero en realidad solo estamos muy cansados y solos. nos rodean premisas arcaicas que no compartimos. el malestar y la amargura son nuestros motores creativos. no heredamos gustos adquiridos ni pretendemos agobiarnos con expectativas egoístas. solo nos conmueve la víscera. somos nuestros propios consejeros. inventamos nuevas formas de comunicación. que igual fallan. pedimos perdón. olvidamos. dejamos ir. alivianamos nuestras espaldas cargadas de dolores profundos. dejamos de pensar en querer morir: preferimos inflar un botecito salvavidas, subir a todos quienes podamos y remar, remar, remar.☼